Hace algún tiempo escribí una entrada dedicada a José Manuel García que tuvo un gran número de visitas. Un mes después, en la sexta página del número 82 del periódico de Santutxu correspondiente a Marzo de 2021, el hijo de Jose Manuel le dedicó un artículo que podéis leer pinchando aquí. Quería daros las gracias por el apoyo que tuvo el anterior texto. Tenemos que agradecer también a Santutxu y + que le hiciera un hueco a la figura de José Manuel, sin duda se lo merece. Por último un saludo para David, quien me ayudó a cambiar algunas cosas del texto que os muestro a continuación.
Gotas de agua
Te confieso que tengo un poco de miedo, en realidad mucho, estoy aterrado. Sin embargo todas las primeras veces generan ansiedad, así que saco las llaves de mi bolsillo y cruzo el umbral de la puerta con la vieja bisagra rechinando a mi paso. Estoy solo, noto un gélido frío que me hiela los huesos. La estancia es amplia y desordenada. Siempre me agobió la zona de los ciclistas y los montañeros, con todos esos bártulos y bombonas apiladas. La claraboya emite un ruido al recibir una gota del cielo donde estás.
Es de día y no enciendo las luces, prefiero estar con menos estímulos disfrutando en soledad de tu recuerdo. Doy unos pasos y veo enmarcado el retrato de Veselin Topalov, en realidad es la reproducción ampliada de uno de tus sellos firmada por él. Tú mismo te encargaste de prepararlo y que te lo firmara, no sin antes regalarle otro a él. ¿Qué hubieras hecho si hubieras tenido la ocasión de conocer a tu ídolo homónimo José Raúl Capablanca? Respiro profundo para conectarme conmigo mismo y me doy cuenta de que el local necesita ventilación. Sin embargo no abro las ventanas, no quiero oír el ruido de los automóviles o los peatones como en tantas partidas que hemos librado aquí.
Observo las vitrinas de nuestro armario repletas de títulos, algunos de ellos tienen tanto polvo como años. Sonrío amargamente, en tu idilio con este club nunca hubo un receso en cuanto a triunfos ni espacio para el minimalismo. Abro sus puertas y me reciben las copas oxidadas obtenidas mucho antes de que naciera, me pregunto qué historia hay detrás de cada una de ellas. ¿Quiénes participaron en ese torneo por equipos? ¿A qué maestro derrotasteis para conseguirlas? Algunas de ellas muestran logotipos y nombres de empresas o bares que hace décadas que dejaron de funcionar, envolviendo de incertidumbre a sus trabajadores. El inexorable óxido cubre ya a muchas de ellas, como huella del paso del tiempo. Son fósiles de toda esta historia.
Siento que no estés aquí para hablar conmigo, sí, ya sé que las penas son nuestras mejores maestras, ¿pero qué puedo aprender de esto? Dejo ya las copas antiguas y me voy a las modernas. Sobre el armario, camuflada en aquella colmena de trofeos, está la que busco. Qué alegría haber sido parte de aquel triunfo, de demostrar que a veces David puede vencer a Goliat. Creo amigo mío que la lección es que por duro que te golpee la vida, siempre has de seguir hacia delante con ilusión. Ya he acabado con ésta cuando veo vuestra fotografía de 1965 con la copa en la localidad jarrillera. Abro de nuevo la puerta de la vitrina, mientras las gotas de agua siguen rompiendo con la precisión de un metrónomo la claraboya. Ocupa un lugar preferente en uno de los estantes, es la primera y la más grande de cuantas tenemos. La asgo con dificultad y la contemplo brevemente antes de devolverla a la alacena. Supongo que la competición debió ser muy dura para entregaros como premio una copa de semejante peso.
Poco a poco estoy más sereno, he encontrado algo de paz entre tanto caos interior. Paso ahora a las estanterías de los libros, podemos decir con orgullo que tenemos la mejor biblioteca de cuantas he visto como nómada de los trebejos. Primero acudo a los viejos, la colección de Fundamentos con muchos volúmenes donados por ti, Escaques, Bruguera...Tratados del bueno de Pachman, recopilación de partidas de Alekhine, obras del Dr. Euwe de ediciones limitadas Catalán... De aquí podríamos sacar material suficiente como para hacer una tesis doctoral de añeja literatura ajedrecística. Muchos de estos libros están tan ajados... Entonces capto la presencia de uno que recopila las partidas de Bobby Fischer y me roba una sonrisa. Es el primero que extraje de la biblioteca en mi adolescencia, el que me indujo a perder siempre con la Siciliana Najdorf. Aún está forrado, me pregunto si fuiste tú quien lo protegió de mi avidez lectora. La nostalgia me empieza a carcomer el corazón, ¿acaso cualquier tiempo pasado fue mejor?
Es hora de visitar las estanterías de libros nuevos. Es allí donde, entre tanta nueva adquisición, encuentro uno de los libros donados y autografiados por ti. ¿En cuántas planillas habrás firmado, amigo? ¿Cuántos ajedrecistas habrán disfrutado de tu presencia? ¿Le habrá jugado alguien más a Anand el Gambito Elefante en una simultánea? Sonrío travieso mientras recorro las páginas amarillentas y las huelo evocando un pasado feliz, como un recuerdo grato de una infancia o un reencuentro con tu primer amor. Vaya, no pensé que un mero libro podría hacerme sentir así. El duelo nos hace vivir siempre nuestras experiencias con una mayor intensidad.
Las lágrimas fluyen como corriente por mis mejillas, sin darme cuenta. Pongo una presa al río apretando los ojos. Sin duda era mejor entrar aquí solo, con el silencio propio de nuestro deporte y la única compañía de mis sentimientos. La melancolía, la añoranza y la nostagia se viven mejor así.
Accedo al interior del arcón, repleto de tableros y cajas de madera, y me hago con lo que necesito. Abro la caja y coloco los trebejos sobre el tablero, sólo entonces saco mi vieja planilla arrugada del bolsillo. Reproduzco nuestra partida con dificultad, el paso del tiempo ha convertido el calco en un código indescifrable, y es que ya ha pasado demasiado tiempo desde que se disputara aquel torneo. No obstante, consigo recrear la magia detrás de la combinación táctica con la que me derrotaste. Viéndola con perspectiva me siento algo tonto, después de un fracaso los planes mejor elaborados parecen absurdos. En cualquier caso, gracias a tus enseñanzas como compañero de equipo en la liga de clubs, ninguno de nosotros se sintió fracasado porque conseguimos convertir cada derrota en enseñanza. Una de esas lecciones que no sólo son aplicables al ajedrez, sino a la vida.
Devuelvo el material al arcón y dejo caer un poco la tapa, emitiendo un ruido sordo que rompe el silencio. Me acerco entonces al tablón de anuncios, huérfano de trípticos que nos informen de los futuros torneos. La marea pandémica arrastra todo cuanto encuentra a su paso. Aún recuerdo a mi yo adolescente entusiasmado con la posibilidad de recabar allí información sobre los próximos torneos, en los que si acudía siempre terminaba por encontrarte.
Este local, que no sólo ha vivido historias relacionadas con los 64 escaques sino también historias personales de amistad y compañerismo, se queda huérfano de ti. No estamos preparados para acudir un viernes más aquí y no oír tu voz ofreciéndote a jugar una partida con un socio, un niño recién llegado o algún visitante ocasional. Ya no siento miedo, pero sí el dolor desgarrador en el pecho que me produce saber que nuestros caminos se separan y no volveré a verte. Los buenos recuerdos, sin embargo, persistirán.
Abro la pesada puerta y trato de cerrarla de un portazo rabioso pero me es imposible, la parte inferior roza con el suelo y me detiene el brazo, que no el llanto. Superado el obstáculo la cierro tranquilo. Comienzo a bajar las escaleras que dan al portal y salgo a un barrio atestado de gente. Tapado mi rostro con la mascarilla soy capaz de envolverme en la capa de la soledad, lo único que oigo son las gotas golpeando de nuevo, con la precisión del metrónomo, en mi cabeza.