Diego me remitió una carta ayer que reproduzco a continuación sin apenas modificar (sólo he corregido dos erratas). Todos los comentarios y opiniones son responsabilidad de su autor ;)
A mis compañeros de ZB
Este año he logrado el ascenso a segunda, en mi primera
temporada. Esta acción, que pudiera parecer algo individual, y que quizá
en algunos casos lo sea, ha sido una acción colectiva.
Como
a veces las personas cambiamos, y no siempre lo hacemos para mejor; y
como a veces nuestra memoria no recuerda aquello que debería, quiero
plasmar por escrito las siguientes líneas, para que no caiga nunca en el
olvido mi agradecimiento.
Por dónde comenzar y a quien
nombrar antes o después es siempre algo difícil. Así pues, que el orden
de quienes desfilan en los siguientes párrafos no sea visto como signo
de mayor o menor importancia. Es la acción colectiva, el conjunto, lo
que hace posible que cada acción individual haya sido relevante hasta el
punto de lanzarme ha segunda.
Así que, en primer lugar,
sólo porque de alguna forma debe comenzar el texto, voy a nombrar a
Hinojal. Creo que este puede ser un buen comienzo porque Hinojal,
literalmente, me abrió la puerta del club. Con él jugué las primeras
partidas, y de él y de Jon (siempre hay que contrastar aquello que se
escucha) quedó la importancia del cálculo para el ascenso. No recuerdo
las palabras exactas, aunque en mi memoria lo que resuena es: “basta con
el cálculo”. Pues si basta con el calculo, entonces, calcularemos.
Con
Hinojal fueron mis primeras partidas, y desde entonces han sido
constantes. Sabes que puedes ir al club cualquier día porque te vas a
encontrar con él. Hubo un día en el que, circunstancias, no acudió nadie
más al club. Jugamos algunas partidas y después me estuvo enseñando
finales. Paradójicamente, y a diferencia de muchos días en los que el
club rebosa actividad y la jornada se alarga, aquel día, en el que estábamos él y yo solos, puede que sea el día que más tarde he marchado
del club.
A Jon, por su parte, le debo una tremenda
amabilidad y predisposición, respondió con extrema rapidez ante mis
inquietudes. Gracias a él estoy leyendo un pequeño librito con el que he
aprendido y estoy aprendiendo muchas cosas, obra de Eliskases. A Jon
recurrí por culpa de Lander, pero eso lo contaremos más tarde.
En
ese libro no aparecen aperturas. Y sí peones. Hay páginas y páginas
dedicadas a los peones. Han sido muchas las personas que me han dicho
que para las nuevas lo importante deben ser el medio juego y los
finales: contra aquello que a un hereje le parece que debería ser lo
urgente: comenzar por el principio, comenzar por las aperturas.
Como
la cabra tira al monte, según algunos, o al tablero, según otros, la
cabra no ha podido evitar mirar esta o aquella apertura, aunque fuese
superficialmente, pero estas palabras tampoco han caído en el olvido, y
han orientado el estudio.
Continuaremos con el equipo de tercera, porque nos hemos apoyado y ayudado como un equipo. Lo haremos por orden alfabético:
Aitor
B, con el que muchos jueves he buscado la terraza de un bar para jugar
algunas partidas, comentarlas y poner en práctica ideas y ocurrencias. Y
así, descartar ideas y ocurrencias que parecían maravillosas.
Aitor
M, quien ante cierta partida, además de darme algunos consejos, me dijo
no se me ocurriese jugar cierta apertura. Porque, aunque no estudiemos
aperturas, de alguna forma debemos jugar los primeros movimientos. La
popular apertura, por supuesto, no fue jugada, y el punto cayó en el
saco.
Lander, quien ha tenido a bien dedicar algunos momentos de su vida a analizar mis partidas y a
mostrarme mis errores. Nunca se agradece lo suficiente que este o aquel dedique el tiempo a las partidas de otros.
Además,
Lander me presentó al llegar al club a Yusupov: fue tras pasar largas
horas con Yusupov y observar debilidades en mi comprensión de lo que
este me explicaba que recurrí a Jon. Quizás ni Jon ni Lander den
excesiva importancia a esto, pero yo cada día que cogía a Yusupov
primero, y que ahora cojo a Eliskases, me acuerdo de ellos y les estoy
agradecido.
Endika y Jaime, compartiendo aciertos y
desastres para que todos aprendiésemos, tienen algo en común muy
importante: están siempre sonriendo y haciendo equipo a pesar de
cualquier resultado. Endika, que ha progresado tremendamente desde que
jugamos las primeras veces y cada vez tiene más que aportar. Y Jaime: la
persona que querrías que fuese tu capitán porque ve el ajedrez de la
forma que deberíamos verlo todos.
Markel, nuestro
pequeñajo, dando vueltas por la sala porque todo va bien mientras está
en teoría. Con Markel jugué -y pasamos ya del equipo al club- varios
viernes partidas a más tiempo del habitual en el club. Partidas que,
naturalmente, aproveché para freírle a preguntas: no sólo le preguntaba
por qué movía lo que movía, sino también por qué no movía lo que no
movía.
Las partidas en el club con Goiriz, un jugador que
quizá no sea espectacular, pero que es ordenado y robusto, y que
también huye del reloj. Aquellas primeras partidas que jugué con él, en
las que nunca había una sola pieza sin defender, llamaron mi atención:
parecía imposible (y de hecho lo era) arrebatar siquiera un peón sin
perder al menos otro en el combate.
Y las partidas con
Julián: han sido también innumerables. Una tras otra de manera
incansable, perdiendo, ganando y nuevamente perdiendo y ganando. Julián
te enseña a castigar el error: si cometes un desliz te va a agarrar y a
hacer papillita. Así, me enseñó mucho sobre mi propio juego, es decir,
sobre mis propios errores.
Aitor y Julen, dos de los pequeños de nuestro club, y que a veces pienso que deben aburrirse de darme palizas.
Aitor,
cuyo juego también me llamó la atención: en su caso, me pareció alegre y
atrevido. Tuve la suerte de perder con él algunas partidas en mis
primeros días en el club. Más tarde le he visto hacer espectaculares
movimientos que se han grabado en mi memoria: busco, en mis partidas, la
oportunidad de replicar cada uno de ellos.
Julen, mi
capitán, que no se ha privado de enseñarme unas cuantas lecciones,
tantas como palizas me ha pegado. Metódicamente, una a una, ha barrido
cada una de mis piezas del tablero partida tras partida. Julen puede que
fuese la primera persona que tuvo a bien orientarme y aconsejarme en el
terrreno práctico de manera concreta. O, al menos, la primera persona
que lo hizo cuando yo ya estaba preparado para ello. ¡Gracias, capitán!
Y
por supuesto, esto no estaría completo sin Garrido y sin Ricardo.
Siempre acudiendo los viernes, siempre acudiendo los martes, siempre
haciendo club. Garrido, que nos enseña a los tercerillas a comer fruta,
que es sana. Ambos, Garrido y Ricardo, jugando aperturas que no hace
nadie más (y yo tomando nota para llegar a casa y buscarlas, aunque no
haya que estudiarlas).
Esta inseparable pareja también
hace que los análisis de las partidas alcancen una dimensión que ningún
otro sabe ni sabría darle: al margen de señalar los errores, acaba cada
una de nuestras partidas transitando por innumerables líneas que podrían
haber tenido lugar. Así conocemos no sólo los errores que cometimos y
las oportunidades que desaprovechamos, los árboles con los que
tropezamos, sino el conjunto del bosque: Garrido y Ricardo muestran a
quien quiere el ajedrez en todo su esplendor.
Tenemos
también, aunque no sea presencial, un taller de lectura, donde contamos
con gente como Gerardo. Unas cuantas partidas ya hemos estudiado, y el
taller marca más o menos un ritmo de trabajo. Al margen de que estudiar
de forma colectiva enseña más que el estudio individual, se impone
también la necesidad del propio trabajo. Dicho en otras palabras:
impiden que me duerma. O, al menos, que me duerma mucho.
Cada detalle, cada elemento de este y aquel, es lo que me ha llevado a segunda.
Gracias a todos.
Diego,
Bilbao, 4-XII-24
Pd:
Hinojal y Jon dicen que, para subir a primera, también basta con el
cálculo. Con más cálculo. Entonces, calcularemos. Calcularemos más.
¿Tendrán razón?