Afortunadamente la espera se hizo mucho más llevadera ya que me encontré con Gari, un amigo que juega al go. Resulta curioso que él también hiciera escala en Düsseldorf camino a Manchester, y más curioso aún resultó que también volviera conmigo a Bilbao una semana despúes. Ambos habíamos escogido a Germanwings como alternativa barata para viajar de manera barata y cómoda. Me parece que el trágico accidente aéreo de este año ha hecho que las tarifas de la compañia se desplomen, con la intención de atraer a turistas y empresarios. El precio de 171 Euros que pague por 4 vuelos, dos de ida y dos de vuelta, es ridículo.
En el vuelo me pasó una anécdota curiosa, pedí agua y la azafata me preguntó si la quería con gas o sin gas. El caso es que cometí el terrible error de decirle que me daba igual, con lo que me enchufó la botella de agua con gas. Creedme, el agua con gas que beben los alemanes no es el agua con gas de aquí, sino un brebaje imposible de tragar. Durante el viaje traté de inventar todo tipo de métodos para deshacerme del gas; dejar abierta la botella, servir una buena cantidad de agua en un vaso, incluso llegué a diseñar un complejo sistema para quitarle el gas a la bebida. Mis medidas resultaron poco eficaces, pero tenía la garganta tan seca que me bebí tres cuartas partes del medio litro con el que contaba la botella.
Cuando llegamos a la ciudad alemana ya era de noche, así que poco pude ver de la ciudad desde las alturas. Tras poco más de media hora de espera, en la que Gari me explicó que en corazón de Europa no conciben que se pueda pagar por algo que sale del grifo y que por eso le ponen gas al agua, partí hacía mi destino final: Varsovia. Gari se quedo allí, a la espera de su vuelo a Manchester.
Tras un vuelo en un avión pequeño, en el que tuve serias dificultades para meter mi equipaje de mano en la cabina destinada a tal efecto, llegué a Varsovia. No fue el viaje más largo de los cuatro, pero sí el que más largo se me hizo. Tenía tantas ganas de llegar... Tan prolongado se me hizo este trayecto como corta la estancia.
Si bien poco más de seis días no son suficientes para disfrutar de todo cuanto Polonia tiene que ofrecer, al menos sí que pude hacerme a la idea de cómo es la capital y sus habitantes. En el ambiente se respira todavía un gran dolor por la tragedia que vivieron los polacos en la segunda guerra mundial, algo normal teniendo en cuenta que las pérdidas humanas de Polonia como consecuencia de luchas, deportaciones, limpieza étnica y exterminio planificado superaron los 6 millones de ciudadanos. Pocos países han sufrido tanto como Polonia.
Además de las pérdidas humanos los polacos tuvieron que sufrir la destrucción de muchas poblaciones a causa de los bombardeos. Varsovia es el mayor exponente de esta barbarie indiscriminada, lo cual obligó a sus habitantes a reconstruir casi por completo la parte antigua de la ciudad. Se calcula que el 85% de la ciudad fue destruida.
Centro urbano de Varsovia en 1.945.
No obstante la capital polaca mira al futuro, como dejan claro sus nuevas construcciones en el centro de la ciudad. Estas construcciones se sitúan alrededor del Palacio de Cultura y Ciencia, el edificio más controvertido de la ciudad. La construcción fue polémica desde el principio, al ser un regalo de la URSS a Polonia. Los polacos no querían un regalo de la nación que en vez de socorrerles, tras el levantamiento de Varsovia, dejó que los refuerzos nazis mataran a los sublevados para no encontrarse con ciudadanos que pudieran oponerse al ideario de Stalin. En cualquier caso, la arquitectura del edificio es impresionante.
Lo más bonito, sin embargo, es la zona antigua. Totalmente destruida tras la segunda guerra mundial y reconstruida con el mayor mimo posible por los ciudadanos. Esta zona es tan bella que en 1.980 fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
En cuanto a la gastronomía polaca destacan los pierogi, una especie de empanadillas de pasta rellenas de todo tipo de ingredientes. Pierogi es la denominación en plural de este plato. La palabra proviene de la forma del eslavo arcaico "pir" (festividad). El nombre hace referencia a que en su origen sólo se degustaban en las festividades.
El día 16 tocaba volver apenado de Varsovia tras la semana más estupenda de mi vida, con la promesa de volver dentro de unos años con la misma compañia de la que disfruté allí, la mejor posible.
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