14 de diciembre de 2021

Mis poetisas favoritas: Anna Ajmátova

Kuzma petrov-vodkin, ritratto di anna akhmatova, 1922.JPG

Hoy nos adelantamos a nuestra cita habitual con mis poetisas favoritas y publico la entrada el martes en vez de el miércoles.

"-¿Y usted puede describir esto?

Y yo dije:

-Puedo.

Entonces algo como una sonrisa resbaló en aquello que una vez había sido su rostro."

Anna Ajmátova

De poesía eslava poquito controlo más allá de Aleksander Pushkin, quien creo es muy popular incluso entre los lectores de poesía de Occidente. Precisamente nuestra autora escribió estupendos ensayos sobre el gran poeta rusa. Ya lo habéis leído, hoy toca hablar un poco de Anna Ajmátova a quien descubrí gracias a una librería, un par de bibliotecas e Internet, unas herramientas maravillosas que hace algún tiempo me la presentaron. En realidad este nombre es el pseudónimo de Andreievna Gorenko, que nació cerquita de Odessa, en Ucrania.

Esta mujer cuando tenía veintitrés años publicó su primer compendio de poemas titulado "La tarde". Ajmátova sufrió muchísimo en su vida, su primer marido fue fusilado, sus amigos poetas fueron enviados a los gulags de Stalín, suerte parecida corrió su propio hijo Lev poco después, cuando fue arrestado y deportado a Siberia. Su último marido también murió de agotamientYo o en un campo de concentración en 1938. Los poemas de Anna se prohibieron, fue acusada de traición y deportada. Por temor a que fusilaran a su hijo quemó todos sus papeles personales. Su obra no pudo ser leída íntegramente en Rusia hasta 1990, ella había fallecido mucho antes, en 1966. Yo os recomiendo que empecéis con el librito "He léido que no mueren las almas".

Aquí os dejo un par de poemas escritos por ella, las traducciones corren a cargo de Jorge Bustamante y María Teresa León.

Estamos tan intoxicados uno del otro

Estamos tan intoxicados uno del otro
Que de improviso podríamos naufragar,
Este paraíso incomparable
Podría convertirse en terrible afección.
Todo se ha aproximado al crimen
Dios nos ha de perdonar
A pesar de la paciencia infinita
Los caminos prohibidos se han cruzado.
Llevamos el paraíso como una cadena bendita
Miramos en él, como en un aljibe insondable,
Más profundo que los libros admirables
Que surgen de pronto y lo contienen todo.

La musa

Cuando en la noche oscura espero su llegada,
Se me antoja que todo pende de un hilo.
¿Qué valen los honores, la libertad incluso,
cuando ella acude presta y toca el caramillo?
Mira, ¡ahí viene! Ella se echa a un lado el velo
Y se me queda mirando larga y fijamente. Yo digo:
«¿Has sido tú la que le dictó a Dante las páginas sobre el infierno?»
Y ella responde: «Yo soy aquella.»


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